lunes, 5 de noviembre de 2007

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HISTORIA:
Costa Rica/
Don Cleto

Por:
Ing. Eladio Jara
(2223-53-57)
para
EL PODER DE LA PALABRA
*

Se cuenta esta historia porque ya no suelen suceder cosas así: cuando don Cleto González Víquez terminó su primer periodo presidencial de 1906 a 1910, unos meses después apareció en los periódicos un pequeño aviso que decía:
CLETO GONZÁLEZ VÍQUEZ- ABOGADO
Tiene su oficina al lado sur del Teatro Nacional, casa contigua a la de doña Antonia de Herrero. Se encarga de estudiar cualquier asunto o cuestión jurídica o administrativa y de dar opinión por escrito.


Ya no se ven anuncios de esta naturaleza cuando alguien deja un alto cargo en la administración pública. Ahora lo que suele suceder es que el alto funcionario al cesar en sus funciones parte para Europa con toda su familia.

Es sabido que don Cleto dejó la presidencia más pobre de lo que entró. Tan corto de fondos andaba, que un diputado adversario suyo propuso hacerlo benemérito de la patria, y don Víctor Guardia agregó que también el Estado debería hacerse de la educación de sus hijos.

Esta idea sacó de quicio a don Cleto, que era un hombre de gran moderación y paciencia. Inmediatamente dirigió una carta al diputado Rafael Rodríguez, autor de la proposición, para agradecerle mucho sus buenas intenciones pero al mismo tiempo pedirle retirar ese asunto.
De esa carta, que dibuja a un don Cleto ejemplar y sin dobleces, extractamos algunos párrafos:


Mentiría a usted si le dijera que he visto con desagrado que el Congreso haya reconocido como acto de justicia, que fui gobernante respetuoso de la ley, sumiso a las dediciones del Legislativo garante fiel de la libertad de sufragio; no me abonan ciertamente otros títulos, pero esos sí los reclamo. Y que ese reconocimiento lo haga un Congreso compuesto por diputados que fueron enemigos de mi gobierno, es cosa que me llena de satisfacción.

Pero con la misma franqueza y sinceridad con que le expongo los sentimientos anteriores, he de decirle que preferiría que ese reconocimiento ya hecho, no viniese acompañado de la declaración de benemérito.

Usted me conoce: soy por naturaleza rebelde a lo aparatoso, especialmente cuando se trata de mi persona. El declararme benemérito no borrará los errores que cometí, ni borrará merecimiento si por acaso no hubiese tenido alguno.

Bien está San Pedro en Roma. Prefiero por lo mismo que se me deje tranquilo en mi retiro y oscuridad.

Les ruego pues, haga todo lo posible porque ese asunto quede encarpetado.

En cuanto al hacer favor o prestarme ayuda para educar a mis hijos, eso si me lastimaría.

Carezco de fortuna y tendré necesidad, para cancelar mis deudas, de sacrificar los bienes de mi mujer; pero todavía puedo trabajar y si por acaso no me basto yo mismo para mantener para y educar a mi familia, no veo que tenga otro que la culpa otro sino yo: el Estado no ha de enmendar con su largueza mis faltas de juicio; o si usted quiere, las sobras de mi corazón.


Así se expresaba aquel patricio que hoy día es orgullo de nuestra historia patria. Lástima que su ejemplo no cuente en la actualidad con muchos imitadores.


Los tiempos han cambiado.